Sí, hubo un campo de concentración más en Córdoba para sumar a los ya conocidos de La Perla, El Campo de La Ribera, El chalet de Hidráulica, La Perla chica en Malagueño, y las comisarías de Pilar, Unquillo y Bell Ville entre otras. Se trata de La Quinta de Guiñazú, a la que los militares tomaron durante un violento allanamiento a fines de diciembre de 1977 y usurparon a su dueño, Silvio Octavio Viotti, durante más de cuatro años. Allí mantuvieron a sus víctimas cautivas, infligieron tormentos y asesinaron a hombres y mujeres como en los demás campos de tortura y exterminio.
“Cuando La Perla se cerró en diciembre de 1978 porque ya la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) andaba por todos lados –explicó a Página12 el fiscal Facundo Trotta-, un grupo del Destacamento 141 que actuaba en La Ribera y La Perla, se apropió de una Quinta”, ubicada cerca del Liceo Militar General Paz y a pocos kilómetros al noreste de esta capital. Además de secuestrar, torturar y encarcelar al dueño, también atormentaron y encerraron a sus hijos: Silvio, entonces de 16 años y querellante de esta causa, y al más pequeño de sólo 11.
En la historia de Córdoba, y ya cuando la oleada represiva más cruenta, entre el 75 y 76 había pasado, en Guiñazú ocurrió el operativo conocido como “Escoba”: contra los miembros del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) quienes, como parte de su militancia, la utilizaban desde hacía años para un emprendimiento fruti-hortícola. En el juicio de la Megacausa La Perla-Campo de la Ribera (2012-2016), Teresa “Tina” Meschiati, “la última en salir, la que apagó la luz de La Perla”, declaró que supo por los represores que "a la Quinta la habían convertido en una casa operativa para continuar con los secuestros, torturas y persecución a los opositores políticos”. Y así fue durante más de cuatro años. Este juicio 13 en los Tribunales Federales cordobeses trata de eso: los crímenes de lesa Humanidad cometidos en Guiñazú desde 1977 a 1981.
En las audiencias que comenzaron la semana pasada se juzga a los acusados por el secuestro, privación ilegítima de la libertad, tormentos agravados y un asesinato. Las víctimas fueron Rubén Amadeo Palazzesi, militante del Peronismo de Base y miembro de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), a quien mataron durante la tortura, y por quien hasta enviaron “una delegación” de torturadores de la ESMA para colaborar con la patota local. ¿La razón? Lo habían atrapado tras “una caída” de militantes en Buenos Aires. Luego de asesinarlo, y durante el traslado del cadáver a Campo de Mayo, lo calcinaron dentro de un auto dinamitado para ocultar que le habían cortado “las extremidades de su cuerpo”, según el expediente. En tanto, el comunicado a la prensa y a sus familiares mintó: señaló que tuvo un accidente cuando intentó fugarse en el auto. Otra clásica “falsa fuga”.
Las otras dos víctimas que sobrevivieron a ese agosto del ´79 son Jaime Blas García Vieyra, compañero de trabajo de Rubén Palazzesi en una granja porcina; y su cuñado Nilveo Teobaldo Domingo Cavigliaso, esposo de Stella Mari Palazzesi. Teo, como lo conocían, murió hace pocos años. Había sido empleado metalúrgico en Transax y delegado de la SMATA.
A Rubén Palazzesi y Jaime García Vieyra los secuestraron a plena luz del mediodía, el 12 de agosto de 1979 en el barrio Vélez Sársfield mientras iban en auto. La patota de Luciano Benjamín Menéndez les cruzó un Taunus verde y un Peugeot blanco. Varios represores, entre los que se identificó “al Principito” Villanueva, uno de los acusados, los ataron de pies y manos, los metieron en los baúles y se los llevaron a la Quinta de Guiñazú donde, según el expediente y confirmaron los primeros testimonios, los metieron en un sótano “infestado de ratas que les comían la comida”.
Allí los torturaron a golpes de puño; patadas; azotes con maderas y fierros; les hicieron simulacros de fusilamiento y los colgaron de las ataduras de sus manos con “unos ganchos” de la pared de la casa. En el caso de Rubén Palazzesi, el laceramiento llegó hasta la mutilación de sus extremidades y de su propia vida.
A la tercera víctima, Nilveo Teobaldo lo secuestraron en su casa de Villa Revol la noche del 22 de agosto. Se lo llevaron de madrugada. A su esposa, le cubrieron la cabeza con una almohada para que no grite mientras sus tres hijas lloraban en el dormitorio contiguo aterradas por el asalto.
Los imputados son tres: Ernesto Guillermo Barreiro, alias “Nabo”, pero apodado como “el Gringo”, por torturar en Guiñazú. Carlos Alberto Díaz, alias HB, iniciales de “hincha bolas”, un suboficial varias veces condenado a perpetua. Entre otros crímenes se le atribuye la desaparición de la hija y el nieto de la Abuela de Plaza de Mayo Sonia Torres de 95 años, quien todavía busca a su nieto nacido el 14 de junio de 1976. El tercero es el exteniente coronel Carlos Villanueva, alias “Príncipe o Principito”. Un criminal que, en el caso de la Quinta, participó en los secuestros y tortura de las tres víctimas por las cuales se está haciendo este juicio. El miércoles a las 9,30, la Sala más grande del Tribunales Federales en el Parque Sarmiento estuvo llena. Repletas sus butacas a pesar de que los familiares de las víctimas y agrupaciones de derechos humanos sabían que los imputados sólo pondrían su cara a través de la Internet, ya que todos están gozando del beneficio de la prisión domiciliaria a pesar de sus condenas a prisión perpetua en cárcel común.
En varias pantallas, apareció el rostro del excarapintada Barreiro, con anteojos de marco negro y prolija camisa lila desde su departamento en Recoleta, Capital Federal. Carlos “Principito” Villanueva, lo hizo desde su departamento en pleno centro de Córdoba, con ostensibles trastornos faciales causados por “tres isquemias”. Durante toda la jornada sostuvo el lado izquierdo de su cara con una mano cuyo torso tiene cubierto por una enorme mancha negra. Cuando le llegó el turno a Carlos “HB” Díaz, el exsuboficial desplegó una actitud altanera y hasta desafiante contra el presidente del Tribunal Oral Federal 2, Julián Falcucci. -- ¿Qué tienen que ver mis hijos con el juicio? --bramó ante su computadora, a lo cual el juez, calmo, le exigió respeto y explicó que las preguntas eran parte del protocolo. A regañadientes y nombrándolo como “abogado” o “señor”, "HB" le dijo que tenía tres hijos, aunque en medio de la tensión, privó al juez de sus edades. Barreiro declaró tener “cinco hijos de 50, 49, 47, 45 y 43”. Y Villanueva, “tres de 46, 43 y 38”. Como ya es costumbre, todos negaron tener apodo: si los admitieran, sería casi una auto-delación, ya que los usaban durante las sesiones de tortura, secuestros, violaciones y fusilamientos. También fue unánime la propiedad de las casas: todas son de sus hijos.
Barreiro, de 75 y Villanueva, de 74, declararon vivir con sus esposas; Díaz, de 80, es divorciado. “¿Está en pareja?”, quiso saber el juez. “¡Negativo!”, le contestó, marcial. Su actitud se leyó como la de alguien “que está jugado y no le importa nada”, ya que tiene en su prontuario más juicios y condenas que sus colegas de banquillo. De hecho, Villanueva y Barreiro sólo fueron sentenciados una vez en la Megacausa La Perla-Campo de La Ribera, el 25 de agosto de 2016. De allí que de modo intencional, o porque no puede evitarlo, los gestos de “HB” Díaz exudaron desprecio a tiempo completo.
La primera en atestiguar fue Cristina Irma Guillén, de 78 años, viuda de Rubén Palazzesi. Contó que supo del secuestro de su marido mientras estaba en la casa del otro secuestrado: Jaime García Vieyra. "Imagínese --dijo al TOF 2-- estábamos en plena dictadura, y sabíamos que eso significaba desaparición o muerte, porque era lo que ocurría a diario. Más allá de que en el año ´79 estaba llegando a Córdoba la CIDH, o ya estaba, pero eso no importó. Yo me fui a la casa de mis padres para poner a resguardo a mis tres pequeños hijos que tenían 5, 3 y 1 año. Ahí pasaron tres días y me buscan a mí y a mi padre. Y nos llevan. El va con cinco pesos para un taxi... Todos pensaban que él iba a volver. Era oficinista, no tenía nada que ver con nada, pero lo tuvieron en prisión más de tres años".
Cristina y su padre fueron llevados a la D2, donde los torturaron. "Nos amenazan con los chicos… mi papá me cuenta que le gatillan en la cabeza", dijo. La testigo contó que cuando irrumpieron en su casa, creyó que eran militares, pero ante la primera pregunta empezó a dudar. "Digo militares porque estaban vestidos como militares, pero qué se yo qué eran. Nosotros teníamos un dinero porque habíamos vendido una camioneta de Rubén Palazzesi, y entraron preguntando por el dinero y la camioneta. Ahí me di cuenta de que lo tenían a él, que eran los mismos". A Cristina se la llevaron junto a su papá frente a sus tres hijos, su mamá y su hermano Beto Guillén. Llegaron en un camión militar de madrugada y los cargaron hasta la D2 que, en agosto de 1979, había mudado su sede del Cabildo en el centro histórico de Córdoba, a la calle Mariano Moreno, casi esquina Duarte Quirós.
En la parte trasera del camión, y a pesar del corto trayecto, "(a)martillaron las armas y pensé que nos iban a fusilar", dijo. Ya adentro, durante el interrogatorio dijo haberse dado cuenta "que eran los mismos que interrogaban a Rubén, porque me preguntaban por un compañero que estaba muerto. O sea, Rubén lo había nombrado, pero estaba muerto, era Bruno Galmarini. Me preguntaban por esa persona, específicamente". A ella y a su padre los amenazaron todo el tiempo con "traer los chicos" a la sala de tortura. Después de varios días, los trasladaron a la Penitenciaría UP1, donde los tuvieron cuatro meses sin causa alguna y luego de hacerles firmar declaraciones que nunca pudieron leer. Dijo que Stella Maris, su cuñada, hermana de su marido y esposa de Teo Cavigliaso, llegó después.
Cristina habló con tono pausado. No perdió el hilo. "Estuve encerrada en una celda individual, sin visita y sin estar legal. Me doy cuenta porque llegaron los de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y había un banco que dividía nuestro pabellón de las demás presas políticas. Uno de los miembros de la CIDH dice: ¿Y acá quién hay? ´No, no hay nadie´, le dijeron. Y cuando yo escucho que no hay nadie, empiezo a gritar. Era la oportunidad para que supieran que estábamos ahí. Saqué el brazo por el pasaplatos y empecé a gritar: -- ¡Acá hay gente, acá hay gente! --dije. ´¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?´", preguntaron. "Corrieron el banco, vienieron y abrieron la celda y nos ven. Y ahí yo pude denunciar la situación de Rubén, la nuestra, la de los chicos, y bueno: soy tratada como una persona, lo que me llama tanto la atención. Al miembro de la CIDH le trajeron un café y me lo dio a mí y encargó otro para él. Les dijo: éste es para la señora. Yo me sorprendí, porque realmente yo estaba muy mal tratada, como de una forma infrahumana. Teníamos una lata de leche Nido donde debíamos hacer nuestras necesidades y teníamos que vaciarla una vez al día, cuando salíamos recién. Era horrible".
-- ¿A partir de esa visita, la situación cambió? --quiso saber el fiscal Trotta.
-- No --dijo ella--. Obviamente. En esa época (Luciano Benjamín) Menéndez había secuestrado a todos: Rubén (Palazzesi), Jaime (García Vieyra), (Teobaldo) Cavigliaso. En esa época, parecíamos que éramos una especie de afrenta.
-- ¿Y en ese tiempo sabía algo de sus hijos?
-- Los chicos quedaron con mi mamá. No sabía nada de nada. Los volví a ver en diciembre del ´79 cuando nos levantan la incomunicación. Nos permitieron la visita. El más chico que tenía un año, le doy los brazos y me los niega --dijo y estiró los brazos hacia adelante y hacia abajo, como para abrazar a un pequeñito.
Cristina lloró. "Es el abandono, claro, tenía un año", dijo, sollozó y balbuceó su pena y hasta su culpa. Cuando se repuso, recordó un diálogo con los chicos. "¿Qué le hicieron al papá?", le preguntaron. Y ella dijo: "Sin esperar respuesta, me dijeron: ¿Le pegaron un tiro con una pistola? Sí, le dije --y al tribunal, le explicó:---. ¿Qué iba a decir? ¿Qué lo habían torturado?"
-- ¿Usted sabía algo de Rubén? ¿Le habían comunicado algo? --preguntó el fiscal.
-- Sí, sí. Me llevaron adelante (en la UP1), por los pasillos, hasta la oficina del director, y ahí el director me leyó un radiograma del Ejército, horrible, que Rubén Palazzesi había sido trasladado con dinamita en un movil. No sé para qué la dinamita y con qué explosivos y que entonces, había tomado el comando del móvil y se había desbarrancado en un traslado a Buenos Aires. Que había explotado. A mí no se me cayó ni una lágrima delante de éstos tipos, y lo único que hice fue pensar. Pedir visitas con mi familia. Por supuesto, no me las dieron.
En febrero de 1981, Cristina, su padre, su cuñada y Teo Cavigliaso fueron trasladados en una avioneta a Devoto, Buenos Aires. Ella salió en libertad recién en enero de 1984.
"El que me explicó bien lo que pasó (con Rubén) fue Jaime García Vieyra", siguió ella. "Me contó que lo picaneaban, que le pedían nombres, y que… --hizo un largo silencio--, y que Rubén daba el nombre de mis chicos. Decía el nombre de mis tres chicos. Con eso muere. Lo golpeaban entre varios, entre los que venían de la ESMA y los de Córdoba. Había un tal Pellón que fue el que torturaba al marido de una amiga allá en la ESMA… Hubo una caída de los compañeros en Buenos Aires: Villaflor, Ardetti. Bueno, de ahí viene la caída de Rubén. Eran de Peronismo de Base y FAP".
La víctima detalló que a su marido lo velaron en Oliva, su pueblo cordobés, y que fue Howard Sada, su otro cuñado y su suegro a buscar el cuerpo a Campo de Mayo. Los bienes del matrimonio fueron usurpados: una casa en Córdoba y una chacra en Losada. "Cuando me las devolvieron no las reconocí, las habían saqueado. Hasta el Karting de mi hija se robaron. En el Consejo de Guerra les pedí que por favor me lo dieran, se lo devolvieran a mi hija que amaba ese karting y no tuve suerte. ¡Se robaban todo!"
-- Usted dijo que fue a un Consejo de Guerra. ¿De qué la acusaban? --preguntó el fiscal Carlos Gonella.
-- De subversiva. Asociación ilícita, el que milita la causa es Rueda, entraba al Tercer Cuerpo como perro por su casa. Con un saco azul, me acuerdo, con botones dorados desprendidos. El fue el que revisó el tema de mi causa. Puga era el juez, imagínese. Esa era la justicia federal. En el Consejo de Guerra me dieron 15 años. Cuando le conté a mi mamá, ella dijo: ¿Pero vos te crees que se van a quedar tantos años esos tipos? La tenía clara… Debo admitir que es la primera vez que estoy frente a jueces civiles de la democracia.
Cuando le llegó el turno de Stella Mari Palazzesi de Cavigliaso y el juez Falcucci le preguntó la edad, como parte de las preguntas de rigor. Ella dijo: "43". Se hizo un silencio en toda la sala. Es obvio, es mayor. Ella volvió a contestar: 43. Cuando se lo hicieron notar, rió y corrigió: 83. A una excompañera de celda con quien llegó hasta la sala, le explicará que tal vez habló su inconsciente: Stella llevaba 43 años esperando este momento ante la Justicia.
Durante el testimonio, rememora -y revive en la sala- los secuestros de su hermano Rubén Palazzesi y de su esposo, Teobaldo Cavigliaso, a quien ella llama Teo.
Después del 12 de agosto cuando se llevaron a Rubén y a Jaime García Vieyra, "empezaron a recorrer mi casa todas las noches, con autos y fuertes y golpes. Fue una cosa que nosotros ya estábamos enfermos. No teníamos teléfono, no salíamos ni a comprar porque teníamos miedo. No teníamos ninguna información. Hasta que un vecino llamó (a la puerta) y me entero que habían llevado a mi cuñada Cristina Guillén, y su papá Carlitos Guillén. Y decíamos, quedábamos nosotros nomás, y nos iba a tocar. Así era la vida. A mi marido ya lo habían despedido de la empresa por ser de peronista".
A Stella y Teobaldo les llegó la noche del 22 de agosto. La patota golpeó a su marido desde que abrió la puerta. "Y viene un personaje gordo, con bigotes, pelo negro y me tapa la cabeza con la almohada para que no escuche ni vea. Al lado en una habitación estaban mis tres hijas. La más chiquita, por suerte, no se dio cuenta. Y nos abrazamos a llorar cuando se lo llevaron". Al día siguiente viajó a Oliva, al sur de Córdoba "porque estábamos aterradas. Mi papá nos vino a buscar". Pero Stella se volvió a Córdoba al día siguiente para presentar un Hábeas Corpus. Con el padre de Jaime García Vieyra, que tenía el mismo nombre que su hijo y era abogado: "Vamos al juzgado, y ahí nos dijeron que tenían a mi marido, a mi hermano Rubén y a Jaime. Y ahí nos tranquilizamos, pensamos que si nos decían que los tenían, por lo menos, lo reconocían. Que no los matarían".
De vuelta en Oliva, en la tarde del 29, un militar entró a la casa, y ante toda la familia en el living de la casa paterna, dijo: "Se mató Rubén Palazzesi”. Stella Mari le saltó encima: "Yo lo agarré de la solapa a este fulano, y ¡cómo puede decir eso de un hijo de mi padre! Pero lo dijo y se fue. Más tarde, vinieron por ella, sus tres hijas lloraban, la más grande se desmayó y su madre alcanzó a ponerle un chal en los hombros. "En la comisaría, a mi padre le dijeron que se quede tranquilo, que me llevaban a la Penitenciaría (UP1), y mi padre me dijo que iba a Campo de Mayo a buscarlo a Rubén, muerto. No lloré, era momento de estar fuerte".
En la cárcel le dijeron que Cristina, su cuñada y esposa de Rubén estaba ahí, pero las mantuvieron separadas. "Yo a los gritos le conté que se iba mi padre a buscar a Rubén, a su hijo --relató Stella-. No lo pude llorar a mi hermano".
Sigue: "El 21 de septiembre que era el día de la primavera, vino una empleada y me dijo: ´Apareció su marido (Teogaldo Cavigliaso), y viene con un colchón sobre la espalda´. Bueno, ya fue un respiro. Habían matado a mi hermano (Rubén), pero por lo menos apareció él. Y al día siguiente lo veo de lejos, estaba todo morado. Los ojos se le veían verdes, nomás, pero le sacaron la camisa para que tomara sol. Lo habían golpeado muchísimo. El Consejo de Guerra fue en diciembre. Ahí recién pude ver a mis hijas, cuando ya tuvimos una audiencia en el Consejo de Guerra. Ahí lo alcanzo a ver al doctor (Luis) Rueda, que era secretario de (el juez Miguel Angel) Puga y veo que se abraza con los militares. Vale decir que él sabía dónde estaba mi marido, mi hermano, García Vieyra. Así funcionaba la Justicia en ese momento… " Y continuó: "Me hicieron un cargo, habían fabricado sellos de gomas. Ocho años de prisión. A mi marido, diez; no me acuerdo por qué cargo. Estaba muy aturdida. Rueda me llevó y me tiró una bolsa encima con sellos de goma. ´A mí me dijeron que fabricaba y si los militares me lo dicen, usted lo hizo´. Ahí estaba el defensor del juzgado Federal (Héctor) Molina. Cuando llegó el problema de las Malvinas, el 24 de diciembre del ´82, me dan la libertad. Estuve cuatro años sin mis hijas, alejada de mi familia, mis pobres viejos los llevaban a la cárcel, no era fácil movilizar a los chicos para estar allá. Ese día, cargué mi bolso en mi espalda, y mi tío que me esperaba afuera, me llevó a mi pueblo, Oliva. Teo estaba en La Plata, lo tuvieron bastante más. También tuvo la libertad de falta de mérito. Y el mismo día, soltaron al papá de Cristina. Terrible, volver a formar la familia, no era fácil, volvimos a la casa, buscamos trabajo. Yo le ayudaba a Teo en el taller, éramos proveedores de una empresa. Creo que Teo salió en julio o agosto del ´83. Cristina salió después. Estábamos con las elecciones".
Ya en libertad, Stella recuerda que Teo le contó "que recibió muchos golpes. Cómo habrá sido que, por el dolor, les dijo: péguenme un tiro. Pero aparte de eso era escuchar lo que le hacían a mi hermano. Eso lo marcó para toda su vida, pensar que le aplicaban la picana y que había un personaje que le decía: ´Cantá Rubencito, cantá´ y así toda la noche. Que cuando iba al baño veía sangre en el inodoro y en las paredes. Cuando salió en libertad, su objetivo era encontrar el lugar donde habían estado. El dice que sentía los aviones que pasaban muy cerca. Una tarde, leyendo el diario de la Conadep, encontró una cosa que relacionó. Y leyó la causa Viotti, y cuando comienza a leer, y el señor Viotti empieza a relatar cómo era su casa, pisos de madera, una mesa, una estufa hecha de piedra o no sé qué, y él dice, para mí esta es la casa. Y hablaba de Guiñazú. Eran como las seis de la tarde y fuimos igual. Los vecinos nos guiaron. En la casa habían puesto una madera atravesando la puerta (...). Fuimos al baño y me dijo: ahí están las manchas de sangre que yo te decía. Yo salí y ahí sí: hice el duelo a mi hermano, ahí lloré".
El fiscal Trotta le preguntó si además de Teo y Rubén hubo alguna otra persona durante su cautiverio: "Sí, estaba Jaime y había un galpón al fondo --dijo ella--. Y él escuchaba que habían traído gente de Paraguay.
Además de la salida a la luz del último campo de concentración de Menéndez, el otro condimento distintivo de la primera audiencia surgió cuando las dos testigos convocadas --Cristina Guillén y su cuñada Stella Maris Cavigliaso-- recordaron los Consejos de Guerra a los que fueron sometidas, en los que vieron a jueces y funcionarios judiciales “abrazándose con los militares”. Stella hasta recordó “el saco azul con botones dorados desprendidos” del excamarista Luis Rueda, “que entraba al Tercer Cuerpo de Ejército como perro por su casa”. Rueda murió a los 70 años, en agosto de 2021. Nunca fue juzgado a pesar de haber sido nombrado y señalado como cómplice en varios juicios por los sobrevivientes. En Córdoba se lo despidió con obituarios, como “hombre probo; de pro-hombre de la Justicia”; se alabó su “ética” y entre los firmantes hubo numerosos miembros de la llamada Sagrada Familia Judicial, hasta periodistas acólitos de los mega medios. Pero Rueda no fue el único nombrado por las testigos: también nombraron a los exjueces Miguel Ángel Puga, Gustavo Becerra Ferrer y el defensor oficial de entonces, Héctor Molina.
Según el fiscal Facundo Trotta y el querellante Claudio Orosz, otra secuencia distinguirá desde ahora este juicio: el radiograma. Stella narró que fue con el padre de Jaime Blas García Vieyra, que era abogado, al edificio de la Justicia Federal, “el 25 de agosto" de 1979, donde les leyeron “un radiograma del Ejército": el radiograma decía que los tres hombres secuestrados, “mi hermano Rubén, Jaime y mi (esposo) Teo estaban detenidos”. Esa noticia, dada nada menos que por la Justicia y en sede judicial, tranquilizó a Stella y al abogado García Vieyra. Ambos pensaron “que ya los veríamos en la cárcel, que podríamos visitarlos, y que como nos dijeron que los tenían, no los matarían. Pero sí, mataron a Rubén”.
A la salida de la primera audiencia, el querellante Claudio Orosz dijo que “a diferencia de los juicios anteriores, salvo en el juicio del 2009 conocido como el Caso Albareda, no teníamos antecedentes de ver funcionando un campo de concentración ya con La Perla cerrada. La Quinta de Guiñazú es lo primero distintivo. Lo segundo, es lo que surgió en plena audiencia: que un Juzgado Federal le comunica a la familia que están los tres detenidos y a disposición del Ejército con una circular en mano, y las víctimas estaban en un campo de concentración clandestino siendo torturadas en ese momento”. Para el abogado penalista, el otro punto de importancia es que los represores argentinos "capturaban en Paraguay a miembros de la contraofensiva montonera y los traían a torturar a Guiñazú”.
Para el fiscal Facundo Trotta lo particular de este proceso judicial es que los hechos se desarrollaron en un centro clandestino que fue adquirido, usurpación mediante, por el Destacamento 141.
-- ¿Se estima que la dictadura lo abrió por la llegada de la Contraofensiva?
-- Surge de algunos testimonios que una de las ideas fue utilizarla para la contraofensiva, pero a la Quinta la tenían desde antes. Yo creo que la utilizaron para todo. En cuanto a que los familiares de las víctimas van a reclamar y en Tribunales les dicen que los tenía el Ejército, mientras en realidad estaban en un centro clandestino, es nuevo. Teníamos casos de funcionarios judiciales interviniendo el Consejo de Guerra (como Rueda), pero no esta circunstancia. La Justicia les dice que los tres están detenidos por el Ejército, y estaban en la Quinta de Guiñazú. Una cosa era informar que las víctimas estaban en la UP1 a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Muy otra ésta”.
El juicio continuará este miércoles 15 a partir de las dos de la tarde.
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